Vale
más biajaiba en mano
Por
Moisés Mayán
Todavía no amanece y Carlos
ya está al volante de su viejo Chevrolet azul. Un típico almendrón, aunque su
ruta diaria no incluya el Parque de la Fraternidad, ni el conjunto urbanístico
de La Habana Vieja. Su vida transcurre deslizándose sin sobrepasar los 60
kilómetros por hora, por esa recta que conecta la ciudad de Cárdenas y
Varadero. Yo tampoco soy lo que se dice un ‟turista
convencionalˮ,
Carlos lo nota de inmediato cuando le confieso mi interés en aparcar al pie del
canal para hacerles algunas fotos a los pescadores de biajaibas.

‟A veces los cangrejos tomaban literalmente las
calles, casi como una procesión, y era impresionante verlos marchar de costado
con sus tenazas alzadas. Ya no es tan común toparse con esa cantidad de
cangrejos, y menos en la calleˮ, apunta Carlos, mientras me dice que él es de los pocos cardenenses que
nunca ha pescado.

El agua verduzca del canal fluye despacio bajo una película casi
imperceptible de petróleo. Los improvisados pescadores disponen sus aparejos.
Hay hombres curtidos por el sol del trópico, con los ojos alegres e invictos,
como el viejo de Hemingway, pero hay también jóvenes, niños, y hasta mujeres
que han cambiado la máquina de coser por los cordeles de monofilamento. La
selección de las carnadas comprende un amplio espectro de pequeños peces donde
no faltan sardinas, mojarras y lisetas.

Hoy no he traído mis avíos. Soy sencillamente un espectador que cámara
en mano espera para retratar el primer ejemplar del día. La biajaiba (Lutjanus
synagris), de acuerdo a los criterios especializados de mi amigo Ismael León,
es una especie de aparición masiva, que puede encontrarse cerca de la orilla,
sobre fondos arenosos y fangosos, y ha sido objeto de capturas indiscriminadas
debido a la calidad de su carne. Para estas precisiones echo mano a su libro Técnicas y peces del aficionado cubano
(Editorial Científico-Técnica, 2013).

Solicito su consentimiento para hacerme una foto con la captura y
acceden gustosos, son buenas personas estos cardenenses, sin otra ambición que
zamparse un buen plato de biajaiba frita con arroz y frijoles en la última
comida del día. El pez musculoso forcejea en mi mano y me cuido de las espinas
de su aleta dorsal. La pesca no excede la decena de ejemplares por aficionado,
pero para ellos está bien. Se han divertido, y llevan algo en su morral para
compartir con la familia. Me preocupa esa mancha aceitosa con los colores del
arcoíris flotando en la superficie.

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